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EL MIEDO A CAMBIAR

Fray Marcos Rodriguez Robles. O.P.

Muchos se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de su plena humanidad. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad, que podemos alcanzar, es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida.


Jesús, sigue enseñando al pueblo oprimido, que quiere liberarse. Jesús se convence de que no hay nada que hacer con la Institución, y en adelante se va a dedicar al pueblo marginado. Esta reflexión, pretende ser un toque de alerta, ante el afán obsesivo de divinizar la vida humana de Jesús, del que hemos hecho una lamentable mascarada.


Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían corrido, jugado y trabajado con él, sabían perfectamente quién era. Lo encuadraban en una familia (requisito indispensable en aquella época para ser alguien). Hasta ese momento no habían descubierto nada fuera de lo normal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario.


Jesús vuelve a su pueblo (el texto griego y la Vulgata Latina, dicen “patria”). Ni se nombra al pueblo ni hace referencia al lugar geográfico. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida. Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus seguidores fijos. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto del sábado. Es Jesús el que, por su cuenta y riesgo, se pone a enseñarles sin que se lo pidan.


Marcos ya dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Quedan impresionados, como ya sucediera en la sinagoga de Cafarnaúm.


El texto griego no dice: “desconfiaban de él”, sino “se escandalizaban” (exkandalizonto), que indica una postura mucho más radical. No se dignan pronunciar su nombre, se refieren a él despectivamente con el pronombre “ese”. Le dicen que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona.


Para Marcos, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones, como era su obligación.

Ese conocimiento, yo diría excesivo, de Jesús, es lo que les impide creer en él. Conocen muy bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es.

Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas. La religión judía estaba demasiado segura de sí, como para admitir novedades.


Ya se encargaban los jefes religiosos de adoctrinar al pueblo, para que no admitiera nada distinto a lo que ellos enseñaban.


Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Precisamente por eso, la sabiduría que manifiesta tiene que venir de Dios (profeta) o del diablo (magia). Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la primera característica de un profeta. Al no aceptarle, están rechazando a Dios mismo.

La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por los sometidos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús fue realmente muy fuerte.


La desconfianza del pueblo, impide que Jesús pueda hacer allí milagro alguno. La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un milagro y allí no había fe.

¿Dónde está entonces el poder de Jesús?

Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la omnipotencia de Dios y que puede hacer lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el “hacer” como causalidad física. La idea de un Jesús con el “comodín de la divinidad” disponible en cualquier momento, ha falseado el verdadero rostro de Jesús.


Estamos hablando de la humanidad plena de Jesús. Nos está confirmando que es uno de tantos, sin privilegios de ninguna clase. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta envidado de Dios.


También para nosotros sigue siendo difícil descubrir a Dios en aquel, que simplemente se muestra como muy humano. También hoy rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con lo que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: “No nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?” Acostumbrados a oír siempre lo mismo, si a alguien se le ocurre decir algo distinto, aunque esté más de acuerdo con el evangelio, saltamos como hienas.


Para algunos, todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos.


Pero esa, es también la postura de todos los que lo niegan. Aceptar a Jesús, así como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos podemos hacer sobre él, pero eso para muchos supone un escándalo. Como no responde a las expectativas que nos han creado, no existe.


Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos lo descubriremos siempre diferente y desconcertante. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo, que ya es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada, será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas.


El profeta no es el que adivina el porvenir, sino el que habla de un Dios desconcertante e imprevisible, que puede salir en cualquier instante por peteneras.


El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección total a la que no podemos llegar nunca. El auténtico profeta será siempre un inconformista (hoy diríamos un indignado).


Lo más “antiprofético” y antievangélico, será siempre la persona o la institución instalada en el poder religioso.

A pesar del rechazo de “muchos” queda siempre la esperanza de que “pocos” sigan abiertos a la enseñanza y a la acción de Jesús. El gran espejismo en que hemos caído en el pasado, fue pensar que “todos” tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta nuestra historia reciente, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”.


La opción por el evangelio seguirá siendo cuestión de minorías. Todo lo aprendido sobre él, se convierte en prejuicio, que nos impide abrirnos a su significado profundo, porque…Lo que es y significa Jesús, no se puede meter en doctrinas.

Toda idea sobre Dios es un ídolo, que nos impide acercarnos a Él, porque a Dios, solo se llega viviendo su presencia en nosotros. Para llegar a la vivencia tengo que superar el conocimiento, aquello que machaconamente me han enseñado.

El conocimiento de Dios nos ha venido de fuera, pero la experiencia de Dios nos llegará de nuestro interior.


Fuentes: Fray Marcos Rodriguez Robles. O.P.

Fray Marcos Rodríguez Robles, sacerdote de la orden dominica (Orden de los Predicadores) nació en León (España) en 1938 y ejerce su labor pastoral desde el año 1974 en Parquelagos, La Navata, a 36 km. de Madrid. Ha hecho estudios de filosofía, teología y de bellas artes. Ha escrito innumerables obras de divulgación bíblica y es un hábil restaurador de imágenes y pinturas religiosas. En Parquelagos –dice Fray Marcos-, “se ha ido formando una comunidad que no deja que me duerma.”

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