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NUESTRA HISTORIA

 

1992 Nacimiento

No hay modo de recordar el día en que todo comenzó pero ciertamente sí aún perdura en nosotros lo que aconteció aquella noche en un patio, bajo un estrellado cielo. Unos pocos hermanos aún están aquí, otros ya gozan del Cielo Eterno. Algunos han tomado otros rumbos, pero es cierto que todo lo sucedido ha dejado sus huellas, así lo dicen, así lo cuentan.

 

Nacimos de noche, bajo las estrellas.

Sí, bajo las estrellas del Manto de María de Guadalupe. Esa certeza nunca nos fue extraña.

Nacimos de noche, como nació en una noche la conversación de Nicodemo con Jesús.

Dice J. C. Ryle que ese momento de la vida de Nicodemo “nos muestra lo débiles y titubeantes que pueden ser los comienzos de la religión verdadera en el corazón de un hombre. Nos muestra que no debemos dar por perdido a nadie porque empiece buscando a Cristo tímida y ocultamente… Nos muestra que, muchas veces, quienes menos alardes hacen al principio son los que más brillan al final” y ¡vaya si ha brillado la Gracia en nosotros en tantos momentos de nuestras vidas!

Los primeros diálogos de “Piedras” con el Señor, también se ocultaron tímidamente en la noche.

 

Nunca fuimos muchos. Veníamos de experiencias distintas, algunos de nosotros de experiencias carismáticas, otros movidos por la curiosidad que despertaba en esos tiempos una oración íntima, espontánea, fraterna, gozosa, sumergida en el Corazón de Jesús y movida por la acción del Espíritu.

Muchos eran traídos por el dolor. Por heridas de la vida.

Otros en cambio habían vivido experiencias “del espíritu” sin contacto alguno con el movimiento carismático y podían ser decir con sus vidas: “hemos encontrado al Cristo!” Algo muy claro se manifestaba: eran días en que el Espíritu de Dios aleteaba como los tiempos de la creación.

 

Había en todos una experiencia común: nos sentíamos profundamente necesitados de la gracia y cada vez que nos reuníamos, sabíamos que el pozo de Jacob se recreaba en ese patio.

No éramos muy distintos de aquellos primeros que se acercaban al Maestro porque las heridas eran tan profundas que laceraban el alma. Nosotros encontramos el Cristo, no todos del mismo modo, ni en el mismo tiempo, y hoy vemos que muchos siguen llegando con la misma motivación, pero… ¿cómo no tener siempre las puertas y el corazón abierto para recibir, acoger, y abrazar, si en ellos vemos el espejo de lo que fuimos?

 

Todo ha sido un proceso. Un proceso llevado adelante por un Dios paciente, generoso, respetuoso de nuestros tiempos. Él ha ido llevando nuestro mirar mezquino, hacia aguas profundas. Él, a través de Su Santo Espíritu, ha ido cambiando el eje, el centro de nuestro vivir.

Muchas heridas fueron curadas en nosotros, otras siguen su proceso, pero no tenemos dudas que ya no esta el mirar puesto en nosotros, sino en Aquel que se ha vuelto Señor y Rey de nuestras vidas.

 

El Señor en más de veinte años ha ido modelando lenta y mansamente el carisma.

Nos ha llevado tiempo comprender lo que hoy vemos con claridad como sello, como distintivo. Y no lo vemos por causa nuestra, sino porque ha sido la misma Palabra quien habló al corazón, y en esa Palabra nos sentimos no solamente simbolizados y representados, sino real y acabadamente implicados, definidos, sumergidos: “Te llamarán “reparador de brechas”, “restaurador de moradas en ruinas”. (cfr. Is 58,12)

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